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Reseña del editor Nuestra visión de la sexualidad femenina está completamente desfasada. Naomi Wolf, reconocida crítica cultural y autora de algunos de los más importantes éxitos de venta recientes, nos propone una revisión en profundidad del rol, la acción, el significado y hasta la historia de la vagina. Esta obra es una fascinante investigación en la vanguardia de la ciencia, una inmersión en la trayectoria personal de la autora y un repaso a la historia cultural; una mirada muy sutil e inteligente que nos lleva a replantear de forma radical nuestra manera de comprender la vagina y, por consiguiente, de entender a las mujeres. Y es que –según Naomi Wolf– la vagina es un componente intrínseco del cerebro femenino. Por tanto, posee una conexión esencial con la consciencia femenina. Asimismo, la autora profundiza en el rol de la vagina en el amor, la sexualidad, la espiritualidad, la sociedad e incluso la política. Aclamado por el Publishers Weekly como uno de los mejores libros de ciencia del año, Vagina es un libro muy provocador y ameno, sin duda destinado a convertirse en un clásico contemporáneo. Biografía del autor Naomi Wolf es una famosa crítica cultural, politóloga y escritora de Estados Unidos. Es autora del aclamado libro El mito de la belleza femenina. Colabora habitualmente con The Washington Post, The New York Times, Ms. o Esquire. http://naomiwolf.org/ Extracto. © Reimpreso con autorización. Reservados todos los derechos. Introducción ¿Qué es la vagina? ¿Por qué escribir un libro sobre la vagina? Siempre me han interesado la sexualidad femenina y su historia. La forma en que una cultura determinada trata la vagina –con respeto o sin respeto, con delicadeza o con desprecio– es una metáfora del trato que reciben las mujeres en general en ese lugar y en ese momento. Y las distintas formas de considerar la vagina, lo que los estudiosos de la historia intelectual han llamado “constructos”, han sido tan numerosas y variadas como las culturas. Al empezar este viaje creía que si contemplaba la vagina desde las diferentes perspectivas históricas aprendería mucho sobre las mujeres, no solo en tanto seres sexuales, sino también como miembros de una comunidad; seguro que esa investigación arrojaría luz sobre el momento en que nos encontramos hoy. (Además, teniendo en cuenta que soy una mujer y que me gusta el placer, tenía ganas de aprender cosas que a lo mejor ignoraba sobre la sexualidad femenina.) Pensaba que estudiando todos esos “constructos” hallaría la verdad sobre la vagina. Creía también que algunos de ellos resultarían ser esencialmente correctos y que otros serían profundamente incorrectos. Pero ahora lo que creo es que todos son ciertos solo en parte y que algunos –incluidos los de las mujeres– son profundamente subjetivos y contienen mucha información equivocada. ¿La vagina es un camino hacia la iluminación, como lo era para los practicantes del tantra en la India? ¿O es un “loto dorado”, como sostenía la filosofía china del tao? ¿Es el “agujero” de la época isabelina? ¿O es donde se comprueba la madurez femenina, un órgano cuya respuesta separa a las mujeres de las niñas, como creía Sigmund Freud? ¿Es lo que reivindican las feministas americanas desde los años setenta, y en adelante, un órgano sin mucha importancia subordinado a otro más glamuroso, el clítoris? ¿O es un orificio “de moda”, un producto estrella, pero esencialmente intercambiable, al alcance de todo aquel que esté conectado a la Red como propugna la pornografía contemporánea producida en masa? ¿O tal vez es, según plantea el posfeminismo prosexual de los primeros años del nuevo siglo, un proveedor de placer rápido para mujeres lujuriosas que quieren satisfacer su demanda por internet, sea intercambiando mensajes de texto con cualquiera que busque sexo o con artilugios vibradores de alta tecnología? He leído obras de biólogos evolucionistas como En principio era el sexo1 de Christopher Ryan y Cacilda Jethá; me he vuelto a leer el Informe Hite: Estudio nacional sobre la sexualidad femenina;2 he estudiado historias de la vagina como Historia de la vagina de la historiadora de la cultura Catherine Blackledge;3 y he repasado las últimas investigaciones sobre el orgasmo femenino a partir de bases de datos científicas como The Archives of Sexual Behavior. Me he desplazado a laboratorios en los que se realizan las investigaciones neurobiológicas más avanzadas sobre el papel del placer sexual femenino, como el laboratorio del doctor Jim Pfaus, en la Universidad de Concordia en Montreal, en Quebec, donde gracias a modernos experimentos se está descubriendo que el placer sexual desempeña un importante papel en la selección de machos, incluso entre los mamíferos inferiores. Empecé a darme cuenta de que todos estos libros, artículos y lugares solo me proporcionaban algunas piezas del rompecabezas. Por razones personales y también intelectuales comencé a entender que lo verdaderamente crucial era algo de lo que casi nunca se hablaba, salvo dentro de un pequeño círculo: una profunda conexión entre el cerebro y la vagina que, a mi parecer, contiene más verdad sobre esta cuestión que cualquier otro campo de los que he explorado. Este libro comenzó como un viaje histórico y cultural, pero en seguida se convirtió en un acto de descubrimiento muy personal y necesario. Tenía que llegar a saber la verdad sobre la vagina porque, por pura casualidad, había entrevisto una dimensión de su realidad desconocida para mí hasta entonces. Debido a un problema médico, tuve una experiencia reveladora que me hizo reflexionar sobre la posible y crucial relación de la vagina con la misma consciencia femenina. Cuanto más sabía sobre dicha relación, más comprendía que la vagina forma parte del cerebro femenino y, por consiguiente, de la creatividad, de la confianza e incluso del carácter de las mujeres. A medida que iba profundizando en los aspectos neurocientíficos y fisiológicos de mi experiencia, la propia conexión entre el cerebro femenino y la vagina se introdujo en mis conocimientos en torno a otros problemas a los que se enfrentan las mujeres. Cuando estuve completamente segura de que esa conexión era real, supe que contenía la clave de muchas de las cosas que les habían ocurrido a las mujeres a lo largo de la historia. Asimismo me di cuenta de lo importante que era que la información sobre esa conexión –y los conocimientos que proporcionaba sobre la sexualidad femenina– llegara a las mujeres de hoy, porque puede ayudarnos a entendernos y a valorarnos mucho mejor. Como parte de esta investigación también quería oír lo que los hombres tuvieran que decir en cuanto a sus sentimientos sobre la vagina, con independencia de la historia bidimensional que nos cuenta nuestra cultura saturada de pornografía. Cuando empecé a hablar sobre cuál era el tema de mi trabajo, muchos hombres conocidos míos contestaron a mis preguntas sobre su relación con la vagina con respuestas llenas de una ternura esperanzadora. A menudo, aunque no siempre, una mirada como de adoración o incluso de amor aparecía en la expresión de aquellos hombres deseosos de describir sus sentimientos sobre esta parte de la mujer. Los sentimientos que esos hombres describían, aunque ni los hombres ni sus palabras eran muestras aleatorias, no tenían nada que ver con la degradación o la pornografía. Para mi sorpresa, muchos hombres heterosexuales con ganas de hablarme sobre lo que verdaderamente sentían expresaron una especie de agradecimiento holístico (es decir, no solo sexual) hacia la vagina, y no se refirieron al placer como algo separado o diferente de lo que a menudo describieron como sensación de alivio y alegría al sentirse tan completamente “aceptados” y tan “bien recibidos”. Sí, aceptados y bien recibidos fueron las palabras que se repitieron una y otra vez en las charlas que mantuve con hombres heterosexuales. Sus respuestas me hicieron pensar que las mujeres no valoran como se merece la importancia que tiene para los hombres que ellas los acepten. Desde luego, se podrá pensar que algunas de esas respuestas estaban mediatizadas por el hecho de ser una mujer quien hacía la pregunta; pero que tantos hombres coincidieran en el mismo contenido emocional me hizo pensar que ahí se escondía alguna verdad. Cuando yo les describía las conexiones que estaba encontrando entre la vagina y el sentido de creatividad y bienestar, algunos hombres respondían que esas posibles conexiones tenían que ver con algunas de sus propias experiencias con las mujeres de sus vidas. Este primer conjunto de conocimientos acerca de la relación de la vagina con el cerebro, así como ciertas verdades, más sutiles, que de ella se derivaban sobre la respuesta emocional y sexual de las mujeres, modificaron positivamente mi propia vida, mis relaciones y mi manera de ver las cosas. Me hicieron sentir de una forma nueva –dicho sea sin ningún menosprecio por los hombres– la increíble suerte de ser mujer y me ayudaron a entender con mucha más exactitud por qué las mujeres tenemos la suerte de habitar nuestro cuerpo. En nuestra cultura, una de las fuentes de malestar por ser mujer es que disponemos de un pésimo lenguaje para hablar de nuestro cuerpo, especialmente de nuestra vagina. Una de las principales razones de ese malestar es la interpretación común y equivocada de la vagina como “mera carne”. El placer sexual femenino, bien entendido, no tiene que ver solo con la sexualidad o solo con el placer. También es un medio que proporciona a las mujeres autoconocimiento y esperanza, creatividad y aliento, iniciativas y enfoques propiamente femeninos, felicidad y trascendencia propiamente femeninas; y también es un medio para alcanzar una sensibilidad muy parecida a la libertad. Entender bien la vagina significa darse cuenta, no solo de su íntima relación con el cerebro humano, sino también, y de un modo esencial, con el alma femenina. A medida que fui entendiendo mejor estos aspectos de la vagina, empecé a hacer preguntas a mujeres y a investigadores que indagaban en la relación que la vagina tiene con la creatividad, con la confianza y con el sentido de conexión con las cosas y las personas. Las respuestas que obtuve me confirmaron que iba bien encaminada. Antes de empezar mi investigación, para mí eran un misterio muchos aspectos de la vagina en la historia y en la sociedad: por qué tantas mujeres escritoras y artistas tuvieron su mayor explosión de creatividad tras un despertar sexual, por qué algunas mujeres se hacen adictas al amor, por qué tan a menudo las mujeres heterosexuales se debaten existencialmente entre el chico malo y el hombre bueno; y por qué –en un orden de cosas más triste– la vagina ha sido objeto de malos tratos, violencia y control en la mayor parte de la historia de Occidente. Cuanto más aprendía sobre la neurología de la vagina y la bioquímica que libera en el cerebro, más luz se proyectaba sobre esos misterios que siempre había creído que eran culturales. Una vez que entendemos lo que confirman las investigaciones de los científicos en los laboratorios y las clínicas más modernos y avanzados del mundo (que la vagina y el cerebro son, fundamentalmente, una red, o “un solo sistema”, como ellos suelen expresarlo, y que la vagina facilita la seguridad, la creatividad y el sentido de trascendencia en las mujeres), van apareciendo las respuestas a muchos de estos aparentes misterios. En la primera parte del libro exploro los aspectos de la vagina que han sido objeto de graves y erróneas interpretaciones. Gracias a la ciencia más reciente, y a las preguntas que he planteado personalmente y en línea, he descubierto que la experiencia vaginal puede incrementar, biológicamente, la confianza de las mujeres en sí mismas, o, por el contrario, puede provocar que pierdan esa confianza; puede ayudar a liberar la creatividad de la mujer o puede bloquearla. Estas experiencias pueden contribuir a que la mujer adquiera consciencia de la feliz interconexión del mundo espiritual y el mundo material, o, por el contrario, pueden ser la causa de una triste pérdida de esa consciencia. Pueden ayudar a las mujeres a experimentar un estado místico trascendental cuyos efectos pueden durar toda la vida, o bien pueden dejarlas a las puertas de ese estado con la intuición de que hay algo “más”. Esta última experiencia, a su vez, no solo puede provocar una disminución del deseo sexual, sino que además puede teñir el resto de su vida de lo que solo puede llamarse “depresión existencial” o “desesperanza”. En la segunda parte de este libro se explora el control social de la vagina, y de la sexualidad femenina, en la medida en que ha sido un vehículo para controlar la mente y la vida interior de las mujeres durante la historia de Occidente. La tercera parte del libro examina la escena contemporánea y muestra que las presiones modernas, por ejemplo la prevalencia de la pornografía, insensibilizan tanto a hombres como a mujeres en relación con la mejor “vida” de la vagina. La última parte del libro indaga en cómo “recuperar a la diosa”, es decir, cómo volver a enmarcar nuestro sentido de la vagina, en relación con nosotras mismas y con nuestras parejas, en el contexto de su verdadera tarea neurológica como mediadora y protectora de un sentido del yo femenino superior, más feliz y más íntegro. Me centro en lo que verdaderamente necesitan las mujeres –para alcanzar felicidad y plenitud sexual, pero también bienestar general– basándome en la nueva neurociencia, así como en lo que he aprendido gracias a diferentes maestros tántricos, que han dedicado su esfuerzo a curar o a despertar a mujeres heridas o dormidas sexual o emocionalmente. La mayoría de los ejemplos que se presentan en este libro, sobre todo en cuanto a la fisiología de la excitación y el orgasmo femeninos, tendrá implicaciones válidas para mujeres de cualquier tendencia sexual: lesbianas, heterosexuales, bisexuales, etcétera. Sin embargo, uno de mis principales intereses es la exploración de la interacción física y emocional de las mujeres heterosexuales con los hombres. Existen estudios científicos dedicados concretamentemente a la fisiología de las relaciones heterosexuales. El hecho de que me centre en este tipo de relaciones no se debe a que piense que la excitación, el orgasmo, las relaciones o interconexiones entre mente y cuerpo de lesbianas y bisexuales no son tan fascinantes como sus equivalentes heterosexuales. Se debe más bien a que creo (sobre todo ahora) que las respuestas sexuales femeninas, y la conexión femenina entre mente y cuerpo, son tan complejas y merecen una atención tan atenta e individualizada que no creo que un enfoque que agrupe sin diferenciarlas todas las experiencias femeninas, haciendo una concesión a las categorías, pueda hacer justicia a tan múltiples variaciones, aunque dicho enfoque sea políticamente correcto. Creo, por el contrario, que estas cuestiones paralelas relativas a la fisiología del eros lesbiano y bisexual, a la conexión lesbiana y bisexual entre mente y cuerpo, y a la cuestión de la vagina en el contexto lesbiano y bisexual merecen todas ellas su propio libro. Por otra parte, todas las cuestiones tratadas en este libro no solo van dirigidas a las mujeres que en este momento puedan tener una relación amorosa; aunque, como se ha dicho, muchos ejemplos se refieran al acto de hacer el amor, esos conocimientos tienen que ver, sobre todo, con las relaciones sexuales de las mujeres respecto a sí mismas. ¿Qué es “la diosa”? A lo largo del libro, me referiré a un estado mental o condición de la consciencia femenina al que llamaré, para facilitar la lectura, pero también por su resonancia, “la diosa”. No quiero que tu mente evoque barritas de cereales, ni imágenes de los años setenta en las que se adora a diosas paganas en retiros solo para mujeres en parques nacionales, ni tampoco intento proponer una abreviación simplista y típica de la cultura pop de “autoestima”. Lo que hago es más bien esculpir un espacio que todavía no existe cuando hablamos de la vagina, pero que se refiere a algo muy real. El psicólogo William James fundó una escuela de estudio que se conoce como “consciencia biológica”, que consiste en la exploración de los efectos del cuerpo físico en los estados mentales. En 1902, James publicó su obra clásica, The Varieties of Religious Experience.4 En este libro, sobre el cual baso parte de mi argumentación, James explora el papel de la experiencia trascendental –de la que muchas personas solo han tenido indicios o atisbos, pero que las investigaciones actuales demuestran que la mayoría ha experimentado en algún grado– en la curación de vidas traumatizadas o deprimidas. 5 Sin referirse a la naturaleza objetiva de “Dios” o lo “Sublime”, James abordó el tema de la neurología como un substrato de esas comunes experiencias místicas. En opinión de James, cuando el cerebro experimenta los estados correspondientes a esos conceptos, aunque se trate de experiencias con una base física, es posible la transformación de las personas: «como hecho psicológico, los estados místicos muy acusados y enfáticos suelen ejercer su autoridad sobre los sujetos que los experimentan».6 James creía que las personas podemos acceder a estos estados mentales –que él y nosotros llamamos “místicos” y que el poeta William Wordsworth describía como un sentido que todos tenemos, en según qué momentos, de familiaridad con una “gloria” que está en otra parte– a través de la puerta del subconsciente.7 «Efectivamente, los estados místicos no ejercen su autoridad solo por ser estados místicos […] nos hablan de supremacía de lo ideal, de grandeza, de unión, de seguridad y de descanso. Nos ofrecen hipótesis, hipótesis que podemos ignorar voluntariamente, pero que como pensadores es imposible que podamos invalidar.»8 Dichos estados son transitorios y pasivos, pero James señaló que muy a menudo el resultado de experimentar tales estados de consciencia se debe a que en la vida de las personas se produce una gran curación, una gran creatividad e incluso una gran felicidad. Así pues, ¿ha habido muchas personas más felices, más amorosas y más creativas como consecuencia de experiencias, por breves que hayan sido, de “Dios” o de “lo Sublime”, hayan sido estas experiencias o estados causados o no por la “mera” bioquímica? Según James, así es. Incluso antes de que las más recientes investigaciones neurocientíficas demostrasen que cuando una mujer tiene un orgasmo su cerebro muestra una actividad que comporta una especie de pérdida de las fronteras del ego, una experiencia mística o de trance –tal vez no idéntica a lo que James investigaba, pero no tan distinta en cuanto a sus efectos–, los científicos conocían desde hacía mucho tiempo el vínculo que existe entre el orgasmo y la liberación de opioides en el cerebro. Los opioides –una forma de neuropéptido– producen la experiencia de éxtasis, trascendencia y dicha. Sigmund Freud, en El malestar en la cultura, publicado en 1930, hacía alusión a lo que Romain Rolland había identificado como “el sentimiento oceánico”. Rolland utilizó la frase para referirse al carácter emocional del sentimiento religioso, el sentido “oceánico” de ausencia de límites. Freud lo llamó anhelo infantil.9 Sin embargo, Freud era un hombre; y la ciencia reciente puede indicar que, por lo menos en lo concerniente a orgasmos, las mujeres experimentan ese sentimiento oceánico de una forma singular. Recientes investigaciones mediante resonancias magnéticas, realizadas por Janniko Georgiadis y su equipo en 2006, demostraron que las zonas del cerebro femenino relacionadas con la autoconsciencia, la inhibición y la autorregulación detienen brevemente su actividad durante el orgasmo.10 Lo que sienten las mujeres en las que se produce este fenómeno se parece a una fusión de fronteras, a una pérdida del yo y, ya sea estimulante o aterrador, a una pérdida de control. En general, en los últimos treinta años ha habido muchos neurocientíficos que han confirmado que, desde el punto de vista bioquímico, James estaba en lo cierto: en efecto, en el cerebro se producen cambios que se corresponden con la experiencia de “lo Sublime”. Las personas que han cultivado estos estados mentales han obtenido extraordinarios beneficios –un mayor sentido del amor, la compasión, la autoaceptación y la conexión–, tal como lo han demostrado el trabajo del psicólogo Dan Goleman sobre “inteligencia emocional”, en su libro de 1995 con ese mismo título, y la obra del Dalái Lama sobre meditación. Los investigadores occidentales también han demostrado que los estados meditativos de dicha quizás tengan que ver con la liberación de opioides. Todas las mujeres, como veremos, son potencialmente multiorgásmicas; así, el potencial sexual místico o trascendental de las mujeres descrito anteriormente también les permite, a menudo y de una forma única, entrar en contacto, aunque solo sea por breves instantes, con experiencias de un yo resplandeciente, “divino” o más grande (o con un no yo, como dirían los budistas), o con una sensación de conexión entre todas las cosas. Producir la estimulación necesaria para alcanzar dichos estados mentales forma parte de la tarea evolutiva de la vagina. Desde hace siglos, los filósofos hablan de un “agujero con forma de Dios” en los seres humanos: el anhelo de los seres humanos de conectar con algo más grande que ellos mis- mos y que motiva la búsqueda religiosa y espiritual. Blaise Pascal, el filósofo del siglo xvii, lo expresó así: «¿Qué es lo que revela esta ansia, este desamparo, sino el hecho de que en otro tiempo el hombre conoció la verdadera felicidad, de la que ahora solo quedan sus vestigios y huellas vacías? Son las que el hombre trata de llenar con todo lo que tiene a su alrededor, buscando en las cosas que no tiene a su alcance la ayuda que no encuentra en las que sí tiene a su lado, aunque ninguna le es útil, puesto que este abismo infinito solo puede llenarse con un objeto infinito e inmutable; en otras palabras, con el propio Dios».11 Los científicos han descubierto que ese anhelo, esa hambre que quiere llenar un “abismo infinito”, es una capacidad neural con la que todos nacemos, una habilidad innata para experimentar y conectar con algo que identificamos, subjetivamente, con la trascendencia. El trabajo del Dalái Lama sobre meditación, por un lado, y los trabajos de Dan Goleman, el lama Oser y el E.M. Keck Laboratory for Functional Brain Imaging and Behavior, por otro, sugieren que existen ciertas zonas en el cerebro que se iluminan cuando el individuo experimenta un estado meditativo; los neurocientíficos de Stanford también están encontrando la neurología de la dicha. 12 El sentimiento que caracteriza a este estado mental es, entre otros, que todo está bien con nosotros mismos y con el universo, y que desaparecen el enfado y las limitaciones del ego. Los artistas han producido algunas de las obras musicales, pictóricas y poéticas más importantes de la humanidad después de estas experiencias. Así pues, a lo largo de este libro argumentaré que existe una versión de esta conexión con “lo Sublime” –aunque sea simplemente, igual que el “sentimiento oceánico de Rolland”, un truco neurológico de la complicada y mágica red de conexiones del cerebro humano– que las mujeres son capaces de experimentar durante y tras determinados momentos de un elevado placer sexual. Sostengo que este sentimiento está crucialmente vinculado a una experiencia de amor y respeto por una misma, y a un sentido de libertad y determinación. Esta es la razón por la que es tan importante que la sexualidad femenina se trate o no con amor y respeto. Esos momentos de intensa sensibilidad sexual hacen que la mujer tenga consciencia de que se encuentra en un estado cercano a la perfección, en armonía con el mundo, conectada al mundo. Desde este estado de consciencia, en el que las voces interiores que suelen decir que la mujer no es lo bastante buena, o lo bastante guapa, o lo bastante atractiva para los demás se silencian, es posible acceder a un gran sentido de una serie de conexiones de mucha más trascendencia, incluso a un sentido de lo que yo llamo, a falta de un término mejor, un Femenino Universal o Divino. Una experiencia de trascendencia como esta puede dar lugar a un espectacular aumento de la capacidad creativa, así como a grandes obras. Creo firmemente que cuando las mujeres aprenden a identificar y a cultivar la consciencia de “la diosa”, así definida, el comportamiento para consigo mismas y sus experiencias vitales cambian positivamente, puesto que la autodestrucción, la vergüenza y la tolerancia ante los malos tratos no pueden vivir en armonía con este conjunto de sentimientos. Sin embargo, sostengo, menos literalmente, que “la diosa” –un sentido del yo con género que resplandece, sin causar daño, sin ansiedad ni miedo– es inherente a todas las mujeres y que estas tienden a saber intuitivamente cuándo la han vislumbrado o tocado. Cuando las mujeres ven el resplandor de “la diosa” en su propio interior tienen un comportamiento sexual más sano y más respetuoso hacia sí mismas. Desde un punto de vista fisiológico, la vagina sirve para activar esta matriz sustancias químicas que, en el cerebro femenino, hacen sentir como “la diosa”, es decir, como la consciencia de la gran dignidad propia y de un gran amor por una misma como mujer, como una parte resplandeciente del femenino universal. Puede que la vagina sea un “agujero”, pero, si lo entendemos bien, es un agujero con forma de diosa.
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